domingo, 20 de diciembre de 2009

Guerra y Paz



"No es el camino de la violencia el que nos conducirá a la paz deseada; es la misma paz, o mejor, la rebeldía pasiva.Con que los esclavos, todos los esclavos víctimas de los modernos fariseos, que envenena y explotan las almas, se cruzaran de brazos, la hora del humilde habría llegado. De modo tan sencillo rodarían por el suelo los ídolos, los dioses personales que han venido a substituir a los impersonales del verdadero cristianismo.Y sin embargo, la sangre continua derramándose en todas partes, como en los mejores tiempos de la barbarie. Las clases directoras civilizan y educan a cañonazos; los dirigidos procuran su bienestar armándose de aprestos destructores. No es el camino. Moriré sin ver bien inclinados a los hombres. No será por mi culpa y esto me consuela" Leon Tolstoi. Lo que yo pienso de la guerra.


A lo largo de este largo año de relación, querido lector, ha quedado patente -espero- mi interés por el cine. Sin embargo, existe un género que no me resulta especialmente simpático, a pesar de que reconozco que ha dado grandes películas. En algún lugar del cerebro femenino, debe de existir la razón para ese rechazo, porque conozco pocas féminas que me lleven la contraria en este punto. Me estoy refiriendo -como habrán adivinado sin mayores dificultades- al cine bélico.

No me mueve una visión ingenua y buenista al afirmar que toda guerra es mala. Desgraciadamente, el conflicto, la dialéctica, está presente en la naturaleza humana, si se me permite tal declaración esencialista. Y la economía no escapa a este instinto. Pero, ¿no es la civilización, la cultura un intento de emancipación de lo estrictamente natural? Cuestión aparte será la de dilucidar si ese esfuerzo resulta a la postre fallido o no. Pero en llegando a este punto, como en muchos otros, me declaro ferviente seguidora de Tolstoi. Inciso, ¿por qué a menudo se plantea una suerte de disyuntiva entre este autor y Dostoievski? La respuesta en el imprescindible libro de G. Steiner Tolstoi o Dostoievski.

Mis alumnos de 1º de Bachillerato se han adentrado en la última semana de curso en el estudio de los oligopolios (hermoso vocablo de noble origen) y en su tendencia natural a verse embaucados en crueles guerras de precios. De nuevo, los deslizamientos semánticos resultan obvios. En cualquier caso, comenzaré definiendo qué es un oligopolio. La caracterización tradicional de esta estructura de mercado apunta a un pequeño número de empresas que, al ser pocas, son plenamente conscientes de la interdependencia e incluso vicariedad de sus acciones. De ahí que traten de estimar las reacciones de sus rivales. La competencia entre las empresas que forman el oligopolio puede ser grande en relación con la competencia perfecta y mayor la facilidad de entrada de nuevas firmas, así como menor el tiempo que tardan en reaccionar las rivales ante una acción por parte de una de ellas.


Los oligopolistas conocen quién es el enemigo. Y ya se sabe que si no se puede con el enemigo la mejor opción siempre es unirse a él. De ahí que la tentación para el oligopolista pase por establecer acuerdos que eliminen o reduzcan la competencia, por lo que formalmente los modelos de oligopolio se pueden clasificar en dos grandes tipos: colusivos o coaliciones o no colusivos. Como muestra de colusión upper class un botón aportado por el nobel Krugman en su libro Fundamentos de Economía.


Ahora bien, los caminos del amor resultan difíciles en un mundo sin corazón. O lo que es lo mismo y en palabras de Krugman: "a veces la colusión se rompe y se produce una guerra de precios. En ocasiones, una guerra de precios implica algo tan sencillo como que los precios converjan hacia su nivel no cooperativo. Otras veces los precios incluso disminuyen por debajo de dicho nivel, lo que sucede cuando los vendedores intentar expulsar del sector a sus competidores o, al menos, castigarles por haber, en su opinión, incumplido el acuerdo". En el amor, como en la guerra, aseguran algunos, todo vale.


El problema deriva del hecho de que la colusión aporta más beneficios que la no colusión; y la paz más beneficios que la guerra. Esa es una de las posibles enseñanzas del famoso dilema del prisionero. Pero ésa, sin duda es otra historia. To be continued...

jueves, 17 de diciembre de 2009

La creación

"No tuve más remedio que ser original" (Joseph Haydn)

Hace tiempo que mis entradas carecen de banda sonora a la que hacer injusticia. Hoy me atrevo a proponer la audición de una de mis obras favoritas, La creación, de Haydn, en agradecimiento por convertirse en mi musa del día. Si bien Haydn no necesita estos homenajes, tal vez sirva para que alguno de mis alumnos lo conozca. En mi carta a los Reyes Magos pediré que lo disfruten. Mi peculiar aportación a la construcción de una marca o branding, con perdón de la palabra.


Mi (cordial) antipatía a los anglicismos es directamente proporcional a su uso, me temo. He de reconocer que, en ocasiones, no cabe otra que plegarse a las exigencias de la, en la práctica, lengua franca de nuestros días y llamar a las cosas por su nombre, que suena inglés. Es precisamente el caso de la palabra que protagoniza la entrada de hoy, a saber, 'branding'.



Grosso modo, por 'branding' se entiende el proceso de creación de una marca. Esta explicación requiere, como se deja ver, de precisiones ulteriores. En dicho proceso convergen dos extremos: la empresa y el cliente. El branding pretende generar en éste sentimientos de confianza e identificación con la marca y aquélla ha de responder a estas expectativas y verificar en todo momento que se está cumpliendo con lo prometido.



El branding guarda una relación muy estrecha con un concepto que, no por etéreo deja de ser importante. Me estoy refieriendo al valor de marca que como señala Santesmases "es el valor añadido que ésta proporciona al producto, tal como lo percibe el consumidor". Esto es, el valor añadido del nombre que es recompensado por el mercado con márgenes de beneficio o cuotas de mercado mayores.



Pero, ¿cómo se determina el valor de una marca? ¿Cuál es el valor de mercado de McDonalds? Según apunta
Aaker en Gestión del valor de la marca existen al menos cinco métodos:


  • Precios primados que puede sorportar el nombre de la marca: el precio primado puede medirse observando las diferencias de precios entre marcas o a través de investigaciones de clientes, en las que se les pregunte si están o no dispuestos a pagar por determinados atributos del producto.

  • Impacto del nombre sobre las preferencias de los compradores: Cuando los precios son parecidos y no existen precios primados, puede determinarse el valor de la marca investigando el impacto del nombre de la marca sobre las preferencias, actitudes o intenciones de compra de los consumidores.

  • Valor de reemplazo de la marca: consiste en estimar el coste de establecimiento del negocio y de una marca comparable.

  • Valor de las acciones: para que este criterio tenga validez ha de suponerse que la cotización de la acción en el mercado bursátil refleja valores futuros de la marca.

  • Valor de los ingresos futuros: la mejor forma de medir el valor de la marca es obtener el valor actual neto (el VAN, queridos alumnos de 2º) de los flujos de caja futuros atribuibles a los activos del valor de la marca. La dificultad estriba en realizar esas estimaciones.

La revista Financial World ofrece anualmente una clasificación del valor de las marcas en el mercado, basándose en cuánto añade la marca de un producto a los beneficios, la posición de mercado, su fuerza de comunicación y el grado de internacionalización. Pero yo les voy a proponer un juego. Sin necesidad de utilizar los criterios de Financial World, ¿adivinan cuál es la primera marca? Sí, la que han pensado. Bingo. ¿Y la primera marca española? Nuevamente, chapeau. Son ustedes unos genios. Ahora compruébenlo pinchando aquí.

Sabía que no me defraudarían.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Competencia desleal




"Interdit d'interdire. La liberté commence par une interdiction : celle de nuire à la liberté d'autrui" (Consigna de mayo del 68)






Las consignas de mayo del 68 exhalan ese aroma inconfundible a cachorro burgués entretenido en hacer la revolución. Sin embargo, no dejan de tener su gracia, y como prueba, les remito a la sentencia que encabeza mi entrada de hoy. Ingenuidades, utopías y rebeliones al margen, lo cierto es que en un estado de derecho las leyes y las instituciones que conforman el poder legislativo tienen, entre otras, la mala costumbre de prohibir.

Mis alumnos de primero de Bachillerato, a quienes tenía un poco abandonados en este foro, han comenzado a entrever diferentes estructuras de mercado, a saber, la competencia perfecta, el monopolio, el oligopolio y la competencia monopolística. Precisamente porque todavía ninguno de ellos ha formulado la pregunta del millón, -cómo se evitan los monopolios o las prácticas abusivas-, voy a adelantarme y presentar la Comisión Nacional de la Competencia.
Evidentemente dicha comisión sólo cobra sentido si se encuadra en el contexto de una economía de libre mercado. Bajo esta premisa, la competencia entre las empresas trasciende el status de conclusión para convertirse en regla del juego. Y de todos es conocido que a menudo los juegos exigen árbitros para su correcto funcionamiento. Como señala la propia Comisión "a pesar de los beneficios derivados para el conjunto de la sociedad del funcionamiento competitivo de los mercados, en determinadas ocasiones, los intereses particulares de algunos agentes económicos pueden no coincidir con los principios inspiradores de la libre competencia y los incentivos para llevar a cabo prácticas restrictivas pueden ser importantes. Es en estas ocasiones cuando la intervención de las autoridades de defensa de la competencia se hace necesaria para garantizar el funcionamiento competitivo de los mercados y que sus beneficios alcancen al conjunto de la sociedad. También intervienen las autoridades de defensa de la competencia cuando una operación de concentración empresarial puede suponer una alteración de la estructura de los mercados contraria al mantenimiento de una competencia efectiva."




De nuevo, el prohibido prohibir no pasa de ser un bonito slogan. La Ley de Defensa de la Competencia prohibe determinadas prácticas encaminadas a restringirla.Lista con viñetas Entre ellas, cabe mencionar las siguientes:

  • Acuerdos prohibidos: paralela que produzca o pueda producir el efecto de impedir, restringir o falsear la competencia en los mercados. Este tipo de conductas se materializa, entre otros, en acuerdos o pactos para la fijación de precios o de otras condiciones comerciales, la limitación de la producción o el reparto del mercado. Un ejemplo lo constituye el caso en que determinadas empresas de un mismo sector acuerdan elevar conjuntamente y en medida similar el precio de venta al público de sus productos.


  • Abuso de posición dominante: prohíbe la explotación abusiva por una o varias empresas de su posición dominante. Por posición dominante se entiende la situación en la que una empresa tiene la posibilidad de desarrollar un comportamiento relativamente independiente que le permite actuar en el mercado sin tener en cuenta a los proveedores, clientes o competidores. Ejemplos de explotación abusiva de una posición dominante son la imposición de precios u otras condiciones comerciales no equitativas, la negativa injustificada a satisfacer las demandas de compra de productos o de prestación de servicios o la subordinación de la celebración de contratos a la aceptación de prestaciones suplementarias que no guarden relación con el objeto de los mismos.


  • Actos desleales: la CNC puede sancionar los actos de competencia desleal, de denigración de competidores, por ejemplo, que, por falsear de manera sensible la libre competencia, afecten al interés público.

Al final va a resultar que los jóvenes de mayo del 68 tenían razón: la única prohibición es la de perjudicar la libertad del otro. Revoluciona que algo queda.

martes, 15 de diciembre de 2009

El mensajero

"Muchas veces, a lo largo de siete décadas de enseñanza de la economía y creación de libros de texto, me he equivocado. Aún así, recuerden dónde leyeron todo esto antes. Como decían los griegos clásicos, no maten al mensajero que les trae malas noticias". Paul Samuelson.



Anteayer falleció Paul Samuelson, quien, en palabras de otro grande citado en este foro, Kenneth Arrow, fue "el mejor economista de la historia". Si el valor de los halagos se mide por la propia valía de quien los profiere, tal vez en lugar de ante una hipérbole nos encontremos ante la descripción de un hecho.



A principios de temporada decidí renovar este espacio virtual. En lugar de la frase de Sachs que presidió mis intervenciones del curso anterior, me decanté por inscribir otra de Samuelson, uno de los economistas más estimulantes -al menos, que más me estimulaban- y sugestivos que he tenido ocasión de leer. Me estoy refieriendo no tanto a su obra académica, cuanto a sus artículos de prensa, en los que, con la sencillez lingüística que proporcionan la claridad de ideas y el dominio del utillaje conceptual económico, analizaba la actualidad político-ecónomica.



No me cuento entre los aficionados a los panegíricos póstumos. Por eso, considero que el mayor homenaje o loa a la figura de Samuelson es la lectura de sus artículos. Un auténtico placer.

lunes, 14 de diciembre de 2009

El espía que surgió del frío




"Plagio. Una fatalidad. Todo lo detestable que se quiera, pero a veces debe aceptarse, pues a pesar del gran número de ideas que nos legó Platón, la Naturaleza es tan injusta que a muchos hombres (y mujeres) no les ha tocado ninguna idea y, así, tienen que acudir a las ajenas para transmitir su ideas, generalmente espurias, si no concuerdan con las de uno, si es que también a uno le tocó alguna" (Augusto Monterroso. Lo demás es silencio)

Hoy la mañana ha ido de espías y de plagios. Para mi desgracia, la elección de la temática no ha venido provocada por mi encarecida recomendación de la obra de Graham Greene. Dudo mucho que mis alumnos conozcan la figura de John Le Carré, famoso conocedor de las entretelas de la Guerra Fría, además de extremadamente entrentenido y recomendable en esta época de fríos. Ni tan siquiera por la divertida e ingeniosa teoría del plagio que Bernardo Atxaga expone en Obabakoak (en mi opinión, su mejor trabajo). "Para plagiar, es necesario dejar de lado todo tipo de libros raros. (...). Ha de elegir sus modelos entre los autores que andan en boca de todo el mundo. Y que no se preocupe. No lo descubrirán jamás. Porque los clásicos -igual que sucede con los arcángeles- sólo son conocidos por sus nombres y por las estampas". La cuestión ha surgido a partir del análisis de la innovación y de sus enemigos, a saber, los espías industriales.

Los espías al uso, los de las novelas de Greene o Le Carré, están dotados de esa suerte de justificación ética social otorgada por la lucha a favor de las grandes causas. Asunto diferente será el precio individual de esa especie de perdón comunitario, pero ése, sin duda, es otro tema. Los espías industriales no gozan de esa absolución porque sus intenciones resultan espurias, bajunas: roban y traicionan por dinero. Esta claridad en el juicio resulta tan unánime que no me detendré más en esta cuestión. El beneplácito universal resulta ciertamente deseable pero inmensamente aburrido.


Sin embargo, sí me interesa centrar la atención en lo que se ha dado en llamar 'ingeniería inversa'. La wikipedia la define como "obtener información a partir de un producto accesible al público, con el fin de determinar de qué está hecho, qué lo hace funcionar y cómo fue fabricado. Los productos más comunes que son sometidos a la ingeniería inversa son los programas de computadoras y los componentes electrónicos, pero básicamente casi cualquier proceso puede ser sometido a un análisis de Ingeniería Inversa". Presentada en sociedad de esta forma, la ingeniería inversa parece una actividad inocua y carente de implicaciones éticas o, de forma más laxa, legales. Todas aquellas innovaciones cuyo autor o autores no han tomado la prevención de patentar son susceptibles de ser imitadas mediante el cómodo expediente de la 'ingeniería inversa', como bien advierte la OMPI (Organización Mundial de la Propiedad Intelectual) en esta interesente página. Otro de los nombres del plagio. ¿Resulta tan legítima la ingeniería inversa si se observa desde este punto de vista?


Sin embargo, la realidad se esfuerza por escapar a la lógica binaria del 0/1 o del bueno/malo. ¿Qué ocurre cuando la ingeniería inversa se aplica a medicamentos comercializados y elaborados por compañías farmacéuticas que invierten parte de sus beneficios en investigación y que, consiguientemente, los ponen a la venta a precios no siempre accesibles a todo el mundo? ¿Es lícita entonces la ingeniería inversa? Si lo es, ¿qué incentivos tienen esas organizaciones para seguir investigando? Apasionante debate y difícil equilibrio. Como en las mejores novelas de espionaje.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Vivir

Cuando tú estás en el borde del mundo
Yo estoy en el cráter de un volcán muerto
A la sombra de la puerta
Se yerguen las palabras que han perdido sus letras

Al dormir, la luna ilumina las sombras
Pececillos caen del cielo
Al otro lado de la ventana
Hay soldados con el corazón endurecido

Kafka está sentado en una silla a la orilla del mar
Pensando en el péndulo que hace oscilar el mundo
Cuando el círculo del mundo se cierra
La sombra de la esfinge sin destino

Se convierte en cuchillo
Y atraviesa tus sueños
Los dedos de la niña ahogada
Buscan la piedra de la entrada

Alza las mangas de su vestido azul
Y mira a Kafka en la orilla del mar

(Haruki Murakami. Kafka en la orilla)

Una de las noticias que más minutos ha acaparado en los telediarios ha sido la llegada del frío. "El mercurio alcanzo los cero grados en las principales capitales" resulta una sinécdoque socorrida, manida, tópica y, sobre todo, obsoleta para aludir a un hecho que, lejos de ser noticia, debería ser moneda de uso común en diciembre.


No pretendo, sin embargo, deslizar la idea de que las elevadas temperaturas de los últimos días constituyan una prueba del fenómeno del cambio climático. La validación de una hipótesis tal requiere el concurso de más diciembres y el análisis de numerosas variables candidatas a causas. Expertos tiene la santa madre ciencia dedicados al estudio del tema: aunque mi afirmación puede tener un cierto regustillo a argumento de autoridad, lo cierto es que la gran mayoría de la comunidad científica acepta la tesis de que la intervención humana ha favorecido el aumento de la concentración de determinados gases de efecto invernadero que explican el incremento significativo de la temperatura de la tierra en el último siglo. Hay también quien opina que el tinte apocalíptico que ha impregnado el cuadro de conjunto lleva a sospechar que muchas de las afirmaciones vertidas están más allá de lo estrictamente científico y más acá del interés económico. Una vez más, la "ilusión objetivista" que detectó Habermas campa por sus respetos. Angelicos.

Tal vez la verdadera noticia del día o de la semana sea la celebración de
la Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU 2009 que se celebra en la ciudad danesa de Copenhague. Los titulares de prensa hablan del tránsito del Protocolo de Kyoto al Protocolo de Copenhague. Como tengo para mí que el Protocolo de Kyoto -del que ya hablé en otra ocasión- engrosa el número de esas cuestiones de las que se sabe bien poco y mal, aprovechando el frío, me he dedicado a leerlo en su totalidad. Les animo a que lo hagan: presten atención al artículo 10.

Y si no, siempre pueden quedarse en Japón y regalarse Kafka en la orilla de Murakami o la película Vivir de Kurasawa cuya carátula reza así: "Kanji Watanabe, jefe de la 'Sección del Ciudadano' del Ayuntamiento de Tokio, descubre que padece una enfermedad terminal y su fin se acerca. Watanabe se percata de que no ha hecho nada por los demás, y por tanto, nada quedará tras él cuando muera. Sólo ante esta desesperada situación se dará cuenta del tiempo que ha malgastado en su vida y empezará a recapacitar."

Una vez más lo micro se erige en metáfora de lo macro. Siempre cabe la posibilidad de la negación.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Australia

"El trabajo más productivo es el que sale de las manos de un hombre contento" (V. Pauchet)


Con la venia de
Bourdieu, hoy hablaré una vez más de una sacrosanta palabra que se ha convertido en un tópico a fuerza de ser utilizada en los mentideros políticos, periodísticos y tertulias de toda índole y condición. De hecho, si se repasa la joven vida de este foro, se podrá comprobar que ha sido mencionada en más de una ocasión. Concedanme el beneficio de la duda: no padezco ninguna suerte de obsesión. Simplemente el término esta semana se ha catapultado como protagonista de la clase de economía de segundo de Bachillerato. Exigencias de un guión elaborado por el Ministerio de Educación. ¿Qué será, será? Mi torpe retórica me impide seguir manteniendo el suspense à la Hitchcock, versión blog escolar. Pongamos que hablo de la productividad.


La originalidad de la afirmación de que la productividad española se sitúa por debajo de la media europea resulta más que dudosa. Alcanza la categoría de cliché nacional. Regodeándome en la propia desgracia, guardo un artículo de
5 días, algo añejo, pero que en su momento me resultó tremendamente familiar tirando a próximo al dèjá vu. Grosso modo, se trabaja más y peor. Creo que esta tesis no ha perdido un ápice de frescura -expresión algo manida, lo admito- y actualidad. Y eso que fue escrito antes del boom del facebook y de los outlets virtuales. Al menos, ése fue el primer pensamiento que colonizó mi irreflexivo cerebro tras releer, dos años después, el citado texto. Ni en eso puedo afirmar que fui original, a juzgar por la portada de El Jueves, cuyo ingenio disculpa alguna que otra palabra soez, y que adjunto más abajo.

Pero eso ocurrió antes de toparme en CNNexpansión con las
conclusiones de un estudio, elaborado por el profesor Brent Coker, del departamento de Gestión y Marketing de la Universidad de Melbourne. El investigador mantiene que "las organizaciones gastan millones en software para impedir que sus empleados vean vídeos en YouTube, usen redes sociales como Facebook o compren online so pretexto de que estas prácticas cuestan millones en pérdidas de productividad; sin embargo, ése no es siempre el caso". "Una navegación rápida de Internet, permite descansar la mente, conduciendo a una concentración neta total superior para un día de trabajo, y como resultado, conlleva una mayor productividad ".


Estos enunciados no pretenden ser gratuitos, aunque ciertamente se disfracen de tales. Se fundamentan en un trabajo realizado con un universo muestral de 300 trabajadores, que arroja la pasmosa conclusión de que la gente que utiliza Internet por motivos personales en el trabajo es en torno a un 9% más productiva que los que no lo hacen.

¡Qué tío (con perdón) más grande, el tal Brent Coker!